sábado, abril 24, 2010

Cabeza de caballo

Para el evento de origami Bogotá quise llevar un modelo nuevo, que nunca hubiera presentado en estas soledades. Hurgué en el cajón de los recuerdos, donde yacen abandonados cientos de modelos que nunca presente. Algunos no merecieron el silencio ni el encierro, pero igual allí andan prisioneros. Otros, como deformes recuerdos del pasado, parecen intentar ahogar a los modelos restantes (justo como los malos pensamientos ahogan la esperanza).

Mi cajón de sastre (o de los recuerdos como prefiero llamarlo), más que ser un cajón resulta ser un pozo. En él algo de agua se encuentra de vez en cuando, pero normalmente es tan profundo y oscuro que parecería lo más sabio no asomar el cuerpo al borde de su abismo.

En medio de la búsqueda pensé en crear algo nuevo. Así surgió este modelo, otra cabeza de animal. Y, esta vez una cabeza de caballo. Era lógico que surgiera. He creado cabezas de tigres, leones, toros, perros, babuinos, gorilas, jirafas, rinocerontes e incluso creo recordar que uno de los primeros modelos que inventé fue una cabeza de elefante. Pero nunca hice una cabeza de caballo.

Era lógico estar en deuda. Esperemos que ahora quede saldada.


jueves, abril 22, 2010

La mirada



"A fin de cuentas, al otro lado del espejo estamos nosotros mismos"




Con frecuencia se lee y entrelee en estas líneas sobre el tacto, sobre la relación entre piel y papel. Sobre cómo el alma emana por la punta de los dedos y de cómo la piel deseada tiembla como la hoja de papel al ser plegada. La caricia lene. No ha de ser extraño entonces que al acariciar, bien sea un cuerpo o un modelo, se genere una impronta profunda en lo tocado, que no es más que la huella que el alma marca al entregarse por los dedos (y un surco también se deja en uno mismo, pues el alma nunca se va entregando como si nada).

Pero hoy no hablaré del tacto, sino de la visión.

Si bien el alma se escapa por los dedos, también se dice que los ojos la reflejan. La visión es otro camino en la búsqueda del placer. Voyeristas, pasamos la mirada modelo a modelo, foto a foto, buscando aquella obra que estremezca nuestro espíritu. Con las pupilas dilatadas observamos curvaturas que locamente deseamos tornear. Mirando, conocemos el mundo y buscamos aquello que nos resulta bello.

¿Por qué observar nos resulta tan placentero? La razón más profunda es que vibramos con aquello que refleja lo que el alma de cada cuál es. Entre cientos de cuerpos sólo un par logran conmover el espíritu. Aunque gusten mil o un millar, no toda curva vibra a la misma frecuencia que el espíritu.

Pero existe un motivo más, en la mirada está la anticipación del deseo, el pensar que nuestras manos podrán hacer y tocar aquello que observan. Con la mirada anunciamos al alma aquello que habremos de tocar. Desde la mirada nos reflejamos, avisando que pronto nuestras manos han de posarse en lo tocado.


lunes, abril 12, 2010

vení a bailar conmigo...

En otra vida, años atrás, leí que “el cuerpo es el mensaje”. Lo que en algún momento me pareció una frase curiosa, con múltiples lecturas, se convirtió algunos meses después en una verdad con un poder innegable. El cuerpo habla incluso antes que la voz lo haga. E incluso cuando lo hace al mismo tiempo que la voz, su lenguaje es tan profundo y contundente que no hay palabra que pueda contradecirlo. Pero leer el cuerpo siempre ha sido un asunto confuso. Leer, de hecho, no deja de serlo. Cada cual lee desde quien es y desde quien desea ser. Así, el mismo objeto a leer se comprende de forma diferente según el momento del lector. Y, sin embargo, el cuerpo sigue siendo el mensaje.




Nada ilustra mejor ese concepto que la danza. El cuerpo en movimiento, fluyendo. Los músculos tensados mientras las manos se acarician siguiendo cada paso de baile. Los pies se levantan del piso, sólo un par de segundos en los cuales el mundo se recorre más despacio. De nuevo el piso y su irremediable atracción. El vuelo se convierte en caída, la caída en un rebote. Y luego el silencio. El cuerpo quieto, estático. El silencio más profundo y más pesado. El silencio que lleva un mensaje que sólo el cuerpo con un profundo impulso puede decir. Una exhalación. De nuevo, las manos se acarician tocando el cuerpo, la pantorrilla, la rodilla, el muslo, luego el brazo. Las piernas abiertas y tendidas al vuelo mientras tímidamente un brazo recoge el seno que locamente ha de abrazar. Y luego viene el beso, acaso sin jamás llegar a tocarse… Que profunda es la danza. No en vano, Nietzsche dijo que "Según la forma de andar de cada cual, se puede ver si ha encontrado el camino. El hombre que se acerca a su objetivo ya no camina, baila"

Hace unos días recordé que el cuerpo es el mensaje. Y sus palabras aún no las he podido borrar de la memoria.

lunes, abril 05, 2010

Impresiones sobre una convención

Lo que más me gusta de las convenciones es ponerle rostros y voces a las palabras. Es una cosa maravillosa. A veces, uno llega a conocer a las personas sin siquiera haber llegado a escuchar su nombre. Es el poder de las palabras y de la imagen, del leer y del observar.

La semana pasada he participado en el evento de origami en Bogotá, y sin duda, lo más placentero que viví en el evento fue precisamente esa oportunidad de tejer rostros con actitudes, palabras con intenciones, modelos con palabras. Conocer la dulzura de Noelia, o la permanente actitud de Beita, hablar directamente con Carolina y tener en mis manos (o más bien en la punta de mi dedo) uno de sus impresionantes modelos. Ponerle voz a Eric Madrigal, y rostro a Nicolás Gajardo, darle cuerpo a Lus y a los origamistas de Brasil.

Pero al mismo tiempo, las convenciones son un asunto triste. Nunca el tiempo es suficiente para hablar con todos aquellos con los que quisieras hablar, para plegar todo aquello que quisieras plegar. Tanta gente a la que sólo ves de paso, sin tiempo para hablar, para tocar, para plegar.

Ha de ser que las convenciones de origami son un poco como la vida: Lo mejor que tiene es la oportunidad de tejer con quienes conoces profundas relaciones, y lo más triste es que rara vez podrás profundizar tanto como quisieras con aquellos que pasan a tu lado.


Tanta gente junta, y al mismo tiempo tanta soledad.